Betsy Figueroa, delegada de nuestra Comunidad de Ex Alumnos PUCP en China, comenta la postura económica adoptada por China ante este nuevo contexto de la pandemia.
Hay un famoso refrán en chino que dice 浑水摸鱼 (hun shui mo yu), que tiene un significado muy parecido a nuestro tan conocido, “A mar revuelto, ganancia de pescadores”, el cual aplica perfectamente a lo que China acaba de hacer con la reciente suscripción del mayor tratado de libre comercio del mundo firmado este último 15 de noviembre.
La Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), que tiene como principal promotor a China, acaba de crear la mayor zona de libre comercio del mundo. Cubriendo un mercado de 2.2 mil millones de personas, 30% de la población mundial, que acumula un PBI de $ 26.2 billones o lo que es el 30% del PBI mundial. Son 15 los países miembros de esta alianza, entre países desarrollado y en vías de desarrollo. Son 10 países del sudeste asiático (Brunei, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia and Vietnam) junto con 5 otros países vecinos (Australia, China, Japón, Nueva Zelanda and Corea del Sur).
De lo que más se ha hablado tal vez no ha sido del contenido del acuerdo, sino del momento en el que este llega a concretarse, después de ocho años de negociaciones. Un año marcado por las corrientes proteccionistas, anti-integración y de represalias, evidenciadas en las múltiples sanciones como consecuencia de la guerra comercial entre EE.UU. y China, por la evidente necesidad de reorganización de la cadena de suministro, tras una dependencia que hizo colapsar el abastecimiento internacional de suministros médicos, y por una creciente necesidad de parte de muchos países de buscar superar la crisis económica como resultado de la pandemia, a través de nuevos mercados y oportunidades.
Por lo que la coyuntura ha direccionado la atención hacia el gesto político que este acuerdo trae consigo, sellado a través de las palabras que dirigió el Primer Ministro de China, Li Keqiang, en la ceremonia de firma del acuerdo, calificándolo de “Una victoria del multilateralismo y del libre comercio”.
La promesa del RCEP, sin embargo, traspasa lo político y brinda un marco comercial para establecer reglas y procedimientos asociados a tarifas de acceso preferencial entre los países miembros. Así también, realiza una homologación de las regulaciones comerciales, que impacta en el abastecimiento desde países a los que se está trasladando la manufactura por sus bajos costos de producción, que son principalmente los del sudeste asiático. Incluye también el comercio de servicios, lo cual beneficia a empresas extranjeras, dándoles acceso a un mercado más grande.
Para América Latina, este importante hito para el comercio y la economía mundial nos invita a repensar la estrategia con Asia y especialmente con China, quienes esperan fortalecerse a través de este bloque y poner sus exportaciones en una posición más competitiva, gracias a sus menores costos de producción, y con quienes podríamos acceder a un mercado más estandarizado para el ingreso de nuestros productos.
La pregunta que surge en medio de este escenario es si finalmente desde América Latina podremos hacer frente a esta nueva dinámica global funcionando como un bloque articulado, que pueda tener mayor poder frente a estos nuevos jugadores, o serán suficientes nuestras individualidades para sacar algo de ventaja en lo que podría ser un reordenamiento político y económico global.