El Dr Alberto Varillas, ex secretario general de la PUCP y ex presidente de la AEG, rinde homenaje a la memoria del gran Ricardo Blume recordando su influencia en la creación del Teatro de la Universidad Católica (TUC).
En los primeros años de la década de 1950, existía en la Universidad Católica un grupo de teatro a cargo de un sacerdote, el padre Condomines, que súbitamente se hizo muy popular cuando dejó la Universidad para encargarse de una interminable radionovela de origen cubano, El derecho de nacer, promovida como “…la más humana de las novelas escrita por el más humano de los autores, el doctor Felix B. Caignet”. Por no tener a nadie a su cargo, la Universidad Católica pasó algún tiempo sin poder canalizar el interés de sus alumnos por el arte dramático.
Por los mismos años nos conocimos con Ricardo Blume. Integrábamos un grupo que jugaba fulbito en las canchas del colegio San Luis de Barranco o del Champagnat y, si lográbamos superar a los vigilantes, del Club Terrazas en Miraflores. Ricardo -en aquella época, eras más conocido por su nombre que por su apodo- y quien escribe estas líneas no éramos de los mejores jugadores: en realidad, integrábamos lo que hoy se conoce como ‘la banca’ y generalmente entrábamos a la cancha cuando alguno de los mejores salía por lesión o cansancio. O de pena por vernos sentados aguardando. Pero nuestros ratos de espera nos servían para cambiar ideas sobre política o literatura porque, en realidad, Blume era un gran conversador. Pero como esos eran los años en los que la mayoría avanzaba en sus estudios universitarios o comenzaba a practicar su profesión, los fervientes devotos del fulbito terminamos dispersándonos.
Nos reencontramos con el Negro Blume muchos años después, cuando regresó de Europa con un know-how impresionante y recuerdo bien una de las primeras cosas que me dijo: “En un teatro universitario serio solo hay cabida para quienes se interesan en la actuación; aquí no se admite a los que vienen en plan de juerga”. Y esa posición debe haber impresionado también al rector de entonces, monseñor Tubino, cuando el 22 de junio de 1961, ¡han pasado casi sesenta años! nuestra Universidad creó el TUC. Y en el antiguo local de la Facultad de Letras en la Plaza Francia, se reunieron el flamante Director, Ricardo Blume quien seguramente andaba en busca de profesores, y más de medio centenar de alumnos interesados.
A fines de 1961, el TUC se enorgullecía de sus primeros montajes en el local de la Asociación de Artistas Aficionados; presentó otras obras en el Instituto Riva Agüero; luego rehabilitó un vasto local semi abandonado en el jirón Camaná. La diligencia del director y el entusiasmo de los alumnos cobraron pronto enorme relieve, en especial cuando el montaje de La siega, de Lope de Vega, hizo merecedor al TUC de un reconocimiento como el mejor grupo teatral y a Blume como el mejor Director.
Durante los años en que ocupé la Secretaría General de la Universidad, Blume y yo nos reuníamos con mucha frecuencia tratando de ver cómo se podía ayudar al TUC hasta que un día llegó a mi oficina con la cara larga y me dijo simplemente “…ayer renuncié al TUC”. Y allí se pudo ver como el Negro Blume ya tenía entre su gente preparado el equipo de recambio y el TUC continuó su gira ascendente.
Con la perspectiva que da el tiempo es posible evaluar lo que representó Ricardo Blume dentro del TUC: organizó un verdadero teatro universitario, impuso con energía seriedad y disciplina y, en especial, respeto. Y esas fueron las bases del TUC que Ricardo Blume dejó hace cincuenta años. Pero, además, lo preparó para que continuara bien en su eventual ausencia. Y hoy, medio siglo después de su renuncia, bien vale la pena rendir homenaje a su labor fundadora pues sentó las bases del significado nacional e institucional del TUC y, a título personal, sentir nostalgia de las alegres reuniones que se promovían después de cada estreno.